Mediante el blog MyPhysicalTherapySpace.com me entero de un artículo publicado hace un par de días en The New York Times, titulado Treat Me, but No Tricks Please, el cual replica algunos de mis sentimientos sobre lo que he observado en la profesión de la terapia física, y que he expresado recurrentemente en este blog y en conversaciones personales con un sinnúmero de profesores, profesionales y compañeros.
Este artículo, escrito desde la perspectiva de una consumidora de la terapia física, plantea la siguiente pregunta: ¿Cuánto de lo que se hace en la terapia física realmente funciona, y cuánto no es más que un truco de magia (de "vudú", como se dice en el artículo)?
Yo ya sé que la evidencia no lo es todo (uno, dos, tres, etc.); eso ya entiendo. Sin embargo, lo que me muero por saber es: ¿Por qué no se actualiza la práctica de la terapia física para incluir aquello que tiene un respaldo fuerte en la evidencia disponible, y para abandonar aquello que contradice a la evidencia contundente o bien a la física, la anatomía y la fisiología? ¿Por qué se siguen haciendo cosas que se hacían 20, 30 o 50 años atrás y que ahora se han quedado sin fundamento (algunas de las cuales han sido abandonadas incluso por sus mismos proponentes)?
Hay consumidores, como la autora del artículo, que están empezando a caer en la cuenta de estas falencias en la terapia física y que, sin llegar a negar la utilidad de la terapia física, se inquietan por la calidad de los tratamientos y de la información que están recibiendo y animan a otros a escoger cuidadosamente a qué profesionales acuden. Yo, como consumidor, tendría la misma preocupación. Como estudiante, esto representa una advertencia que deberé tomar como un desafío a enfrentar diariamente.
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