Este semestre ha sido un periodo de descubrimientos, discusiones, aprendizaje y desilusiones. Lo principal, sin embargo, es que ha sido un semestre esperanzador: lo que ha ocurrido en este lapso ha sido precisamente lo que yo propuse en la entrada del inicio del semestre y que he intentado impulsar durante el tiempo que este blog existe: mis compañeros, que en poco tiempo serán parte de la nueva generación de terapeutas físicos del Ecuador, definitivamente han caído en la cuenta de que es necesario que adoptemos una actitud más científica en la práctica de la terapia física y dejemos de lado de una vez por todas a la tradición, esto es, al "así me dijeron" y al "así he visto". La terapia física es una carrera con muchísimo potencial; reconociendo y acogiendo a la ciencia estaremos en mejor posición para poder explotar ese potencial.
Personalmente, este semestre ha sido una época para:
- Caer en la cuenta de lo que sé, y de lo que debería o quisiera saber a estas alturas. Debo repasar muchísimas cosas, profundizar en otras e introducirme en varias más.
- Ratificar la importancia del conocimiento y del entendimiento de ciencias básicas como la fisiología y la biomecánica: lo que sea que se haga no tiene sentido sin ellos.
- Confirmar que lo que se ve en las prácticas no necesariamente es lo que se debería hacer. No obstante, tuve algunas experiencias muy positivas con los tutores de los centros de práctica, que aparte de ser buenas personas son excelentes profesionales.
- Aceptar que después de obtener el título de pregrado es necesario más estudio, incluyendo tanto a aquel de índole formal como a aquel autodirigido.
- Notar que la terapia física es una profesión vasta; hay muchísimo conocimiento que no se está empleando (digamos que el equivalente a una o dos décadas), y que si se lo aprovecha se podría cambiar sustancialmente el ejercicio profesional de la terapia física.
Diré más sobre esto en el futuro. Mientras tanto, ¡ánimo, compañeros!
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